jueves, 25 de septiembre de 2008

A propósito de Los derrotados huyen a París de José Acosta


JOSÉ ACOSTA: ENTRE LA TÉCNICA Y EL DESEO.
Por Bergson Rosario
En las últimas publicaciones en el entorno de la narrativa breve, en la República Dominicana, se ha puesto de moda el desdoblamiento como una técnica para abordar la intríngulis profunda de las acciones desarrolladas por los diversos personajes que vienen a desandar los envericuetados callejones de este género que se caracteriza por la exigua cantidad de personajes, por la prontitud con que se manifiesta la trama y por el furtivo final de la pieza narrada.

Recientemente, he devorado una cantidad considerable de libros de cuentos, sobre todo dominicanos, en los que me he dado de bruces con la presencia de la técnica del desdoblamiento de los personajes, con lo que se logra el efecto deseado por los cultores del cuento en el posible lector de los mismos. Como si la vida misma fuera eso: una dualidad que cada quien vive consigo. Es decir, cada persona, en su contexto real convive con su propia otredad, como si cada uno llevase en el costado, o detrás o al frente, una sombra que le da calidad de existencia. Debo alertar al lector en cuanto a que esta técnica fue muy socorrida por los narradores que conformaron el Boom Latinoamericano; específicamente, aquellos que se escudaron bajo la égida del Realismo Mágico. Entre ellos, Carlos Fuente, por mencionar a uno, con “Aura”.

Cuando se es niño, se teme a la oscuridad de la noche, a los lugares ignotos, a los largos caminos desconocidos y pocos desandados, a los fosos profundos y oscuros. En ese momento, es imperante la compañía del otro; un otro que nos infundirá seguridad a cada paso depositado sobre el esqueleto del camino. Engullimos cada palmo de senda con actitud de gallardía, con la frente puesta en el horizonte desafiando los monstruos sumergidos en la débil claridad de los lagos que conforman nuestro incipiente conocimiento de la realidad objetiva, o subjetiva, que poseemos. Asimismo, como niños asustados, nuestros personajes que se desviven en el cuento necesitan de esa compañía para introducirse en los intersticios de las peripecias narradas. La otredad en los personajes se manifiesta ante el lector como un Yo que se hace acompañar de su propio Yo, de su permanente sombra que lo acompaña más allá de las conjeturas urdidas en la trama narrada.

El narrador nacido en Santiago de los Caballeros, a mediado del siglo XX, José Acosta, nos entrega un haz de cuentos con los que le arrancó a la vida, matizada de soledad, el reconocimiento del jurado encargado de sopesar ésta y otras obras del mismo género.

Debo confesarme frente a ustedes, al decir que no me resultó nada tedioso el engullir, en calidad de ogro literario, los cuentos contenidos en su obra, bajo el sugerente título: “Los derrotados huyen a París”. A decir verdad, el título me alojó en el vagón principal del tren que circula hacia el pasado de nuestro quehacer poético, dominicano y latinoamericano. Recuerden que para ser poeta en el siglo XIX y principio del XX era de imperio tomar las aguas bautismales, para licenciarnos con el rótulo de “Poeta”, en la pila del país galo. A esas reminiscencias me envió de golpe el título del libro. Sin embargo, muy pronto me percaté de estar frente a una obra representativa del nuevo modelo de concebir el cuento dominicano.

Ciertamente, lo que más me llama la atención en el arte de narrar del referido autor es el control y “timoneo” que posee sobre los personajes. Reitero mis prístinas ideas externadas en este breve ensayo, la técnica del desdoblamiento es su carta de presentación. Veamos algunos ejemplos que vivifican y dan cuerpo a nuestras aseveraciones en cuanto al discurrir de los personajes desdoblados.

Si leemos el cuento “La última representación de Gregorio Link”, intuiremos la mutación de virtud de la visión en la desgracia de una ceguera fingida a fin de salvarse de la horrenda embestida de la que pudo ser objeto por el asesino de la joven muerta en el mismo edificio adonde sucedió el acontecimiento. Es decir, en el personaje Gregorio Link, cuya visión es perfecta, se opera un desdoblamiento estratégico al asumir sabiamente a un Gregorio Link totalmente ciego. Como podemos deducir, en este caso no existe el desdoblamiento a que sicológicamente estamos acostumbrado a ver, sino a un simple cambio de rol en un personaje respondiendo al natural desarrollo de la trama, la cual lo impele a actuar con pericias.

“Mientras escuchaba el tintineo de la cerradura, el malhechor apretó fuertemente el martillo con la expresa intención de descargar el golpe. Pero al ver la mano torpe, de ciego, que buscaba su mano como en el vacío, experimentó una breve sensación de beneplácito, como si le hubiesen quitado un peso de encima: a él le asqueaba matar a gente de su mismo género, según revelaría más tarde.” (pág. 37 y 38 op. cit.).

Seguí con mis ejercicios lectorales de los cuentos aludidos, del autor aludido, y mis sentidos me condujeron por el estrecho túnel de mi propia curiosidad. Encontré un preciado cuento titulado “En busca de Karen Summer”, en el que el desdoblamiento se opera en el personaje joven con todas las delicadas bellezas que sólo la magia de la juventud puede, en su actitud altruista, obsequiarnos (“¡Oh juventud, divino tesoro!”, añorando al bardo Rubén Darío), frente a otro personaje con marcadas características que denuncian todas las premuras con que nos marca el tiempo transcurrido. (“La vida son los ríos/ que van a dar a la mar”, ¡oh gran Jorge Manrique!).

El desdoblamiento se opera en las edades de un mismo personaje. Karen Summer, rozagante en su juventud le cede la existencia a su otro Yo decrépito:

“Aquí ella se envenena por el desdén de un amante y, dentro de un ataúd, un ángel, enamorado de su belleza, la posee.” (op. cit, pág. 50).

En otro momento, el autor nos la presenta mutada, desdoblada si se quiere; ya vetusta y arrugada por la eternidad de la inmisericorde presencia del tiempo sobre su otrora tersa piel:

“Cuando abrió la mano derecha para alisar una de las micas, le vi un tatuaje en la palma que me paralizó el corazón: la “K”, de Karen, invertida como una mariposa. ¿Era también, esta mujer, fanática de mi amada? Por un instante tuve una terrible sospecha pero no, yo sabía que aquello no tenía sentido.” (op. cit., pág. 52)

Y, finalmente, el autor sentencia, en el rol del narrador-personaje:

“Pero yo sabía que esas fotos habían sido tomadas de su última película, que Karen Summer estaba viva, dentro de un cuerpo demolido, gastado, horrorosamente viejo.” (op. cit., pág.53)

Además del uso de la técnica del desdoblamiento, también fui aguijoneado por imbricarme en el descubrimiento de los temas dilucidados por el narrador en su colección de cuentos. Entre los más usados son: el adulterio y la influencia del tiempo en los personajes, en el cuento “Veinte minutos”; la cotidianidad cultural y folklórica del pueblo dominicano y cómo esa referida cotidianidad se convierte en una madeja de problemas subyacentes al personaje principal, sin que éste se percate de la seriedad del problema en el que se ve inmerso; en el cuento “Tiempos difíciles”. En el cuento: “El tigre”, el escritor, José Acosta, nos empuja por uno de derricaderos sociales más actuales del momento: las drogas. Con una carga considerable de sutileza nos vamos adentrando, acicateados por Acosta, con el personaje hacia el mundo de lo fantástico, en donde construye una macro prosopopeya, para poner en boca del felino lo que es privativo a los humanos: el habla. Al final del cuento aludido, justo al final, el narrador se muestra consecuente con los lectores y nos da la venia para que realicemos la conjetura de saber que el personaje está en un reformatorio para adictos.

“Es con ella con quien te envío esta carta, mamá, para que no creas lo que dicen los muchachos del bloque, que dizque a mí me sentenciaron a cadena perpetua por traficante de drogas.” (Op. cit., pág. 34)

El tema de la delincuencia, cuya actualidad es indiscutible, se yergue con cuerpo propio y toma presencia en el cuento: “La última representación de Gregorio Link”. La comisión de un asesinato en plena luz diurna, y en los virtuosos ojos de Gregorio, nos recuerdan las diferentes hazañas de los delincuentes con cierta tendencia al trastorno mental, caracterizado por el gozo con el dolor y la muerte ajena, como todo un en sicópata social.

Otros temas dilucidados en estos cuentos estás, entre otros, el folklórico. En el cuento “Tiempos difíciles”, cual Compadre Mon con su gallo bajo el brazo, el personaje en torno al cual se desarrolla la trama fija su mente en la salud de un gallo de pelea que dejó en la traba en Santo Domingo y por el que lo embarga un profundo estado de desesperación. Al recibir la mala nueva, apresurado, decide viajar a Santo Domingo a fin de curar a su tesoro peleador. Un cúmulo de problemas acaecidos en los aeropuertos no lo amilana ni lo desvían de la decisión de volver hasta el rejón en el que descansa su gallo enfermo.

Es muy folklórico de la gran mayoría de los latinoamericanos, entre ellos los dominicanos, la cría y cuido de gallos para asistir con ellos verlos realizar las hazañas de pleitos que como humanos no se atreven a materializar. En torno a esta realidad cultural se teje un mundo de creencias y mitos que José Acosta maneja con maestría meridiana.

─¡Denme detalles, carajo!
Pero la respuesta fue unánime: “Triste”.
Perturbado por la ansiedad, Santander le comunicó a su hija que regresaría de inmediato al país. Adelaida no lo contradijo: sabía que nada sobre la tierra le haría cambiar de opinión si el asunto tenía que ver con sus gallos.” (Op.cit., pág. 17)


Un tema que por nada del mundo coloco detrás de un espeso copo de nube es el referido al tiempo, sí señor al tiempo. Para Acosta el tiempo no sólo se comporta como uno de los elementos medulares del acto de narrar; sino que, en sus cuentos llega a desempeñarse en el rol temerario e impositivo de un personaje; con todas las prerrogativas concedidas a los sujetos responsables de que la trama asuma la obligación de adelantar las acciones para llegar al hecho narrado. Es decir; para José Acosta, el tiempo reviste una gran importancia y le endilga el rol de personaje. Si leemos con detenimiento el cuento: “Veinte minutos”, nos percatamos de la fuerza dramática con que el tiempo presiona y preocupa al personaje principal; a tal punto, que la presencia de ese personaje llega a depender totalmente del tiempo. Un tiempo que no avanza y la premura de Willie de que lo haga llevan al lector a la desesperación, cuando no a la angustia, por ver que el tiempo deje de presionarlo.

La presencia del tiempo es tan augusta y autónoma que hasta el mismo José Acosta se dejó presionar inmisericordemente cuando en cinco páginas y media, distribuidas en 13 párrafos, que conforman el cuento mencionó la palabra reloj once veces en singular y cuatro veces en plural. El reloj, visto así, es el símbolo que denuncia la insistencia del tiempo. Es la cárcel en donde el tiempo queda prisionero. El reloj es el carcelero impetuoso impelente de la aceleración en la marcha del tiempo alrededor de la masa esférica de la tierra.

Como vemos, el tiempo, visto desde la perspectiva angustiante y angustiosa del autor, se revela y acogota a los tres elementos que tienen una relación vertical con la realidad narrada; esto es: el personaje (Willie), el autor y los posibles lectores. Lo mismo sucede en otros cuentos de la obra, a saber: en “Tiempos difíciles”, en el que el tiempo, aún sin que se mencione tanto ningún término para referirse al mismo, está presente en la presión que siente el personaje principal.

“Su reloj le decía que en media hora iba a perder el avión si estos gringos locos no lo dejaban marcharse.” (op. cit., pág. 23)

“Seguro que cuando acabe esta pendejada me buscarán asiento en elprimer avión que salga y se disculparán por haberme hecho perder el tiempo.” (op. cit., pág. 23)

También en el cuento “En busca de Karen Summer”, el tiempo presenta su cuerpo y desde él imprime un tipo muy especial de fuerza en el personaje que busca en el “tiempo” la figura rozagante y bella de la joven actriz.

Otro de los elementos del texto narrativo, lo constituye el manejo de los espacios por parte del escritor. Los personajes se desviven en un contexto determinado desde donde van y vienen y deambulan como espectros influyentes en el narrador, en el lector y, porque no, en los demás personajes que cohabitan toda la trama de la situación narrada. En el uso de estos contextos espaciales José Acosta tiene sus preferencias. En tal sentido, abordaremos algunos de sus cuentos para ilustrar con referencias nuestra actitud escritural con respecto a los lectores de los mismos.

En “Los derrotados huyen a París”, José Acosta, el joven narrador cibaeño, juega, con estilo ingenioso, con los espacios en los cuales se soportan las acciones realizadas por cada uno de los personajes de los cuentos que conforman la totalidad absoluta de la obra.

Después de tomarnos de la mano, Acosta nos lleva de un contexto espacial a otro sin que esto cause ninguna distracción en el posible lector de su obra. Mejor, y recrea a los lectores que no han tenido la oportunidad de realizar algún periplo por tierras extranjeras, específicamente, por Estados Unidos; nos recrea con paisajes, calles, carreteras, edificios, ciudades, estadio de pelota de Grandes Ligas, etc. que caracterizan la idiosincrasia norteamericana. Este país se convierte en el contexto espacial predilecto de su actitud narrativa. Por ejemplo, en los cuentos: “Veinte minutos”, “Tiempos difíciles” (entre Nueva York y Santo Domingo), “El tigre”, “La última representación de Gregorio Link”, “Cuando el mundo me miró”, “En busca de Karen Summer”, “Los derrotados huyen a París”, “Tratado de enfermería”; en fin, sólo un cuento no está fundamentado en el entarimado espacial de lo Estados Unidos, aunque lo alude, y es: “Antes de morir”.

En conclusión, en José Acosta la literatura dominicana cuenta con una lumbrera que iluminará con su producción estética el descollante altar del Parnaso Nacional. Su obra es un espacio para que nuestro espíritu, el de muchos jóvenes escritores que buscan abrir una hendija en la incipiente actividad escritural y el de mucho de los que se han dedicado al delicado quehacer de la crítica literaria, cuente con una abundante producción para la reflexión y el disfrute de la misma. Auguramos mucho más éxito que el que hasta ahora ha cosechado.