En el siglo XV Nebrija escribe su Gramática de la lengua castellana y fija en ella la primera norma ortográfica que reproduce y retoca el humanista Gonzalo Correas en el siglo XVII. Aquí se consagra, entre otras cosas, que la diferencia entre b y v es solo ortográfica pero no fonética. De acuerdo con ella, se publican y editan los textos del Siglo de Oro. Los cambios fonéticos de la lengua hablada, que se habían iniciado con la propagación del castellano por el mundo, habían concluido y se hacía necesaria una nueva norma ortográfica que los fijara y divulgara a regiones tan extensas como alejadas. Por esta razón en 1741 la Real Academia Española publica la Ortografía que estuvo prácticamente en vigencia hasta el siglo XX. En el año 1959 la Academia publica las Nuevas Normas de Prosodia y Ortografía que se distribuyen por medio de las diversas estaciones de radio, por las redacciones de los periódicos y se pactan con las otras academias de la lengua del continente americano lo que garantiza su cumplimiento y asegura un único criterio para la lengua literaria impresa. Aquí reciben el mismo tratamiento tanto las normas referidas a la escritura de las palabras como aquellas referidas a los demás signos que necesita la escritura. Finalizando el siglo XX (1999) fue cuando aparece la Nueva ortografía de la Academia, y en la primera década del siglo XXI ven la luz la 22ª edición del Diccionario de la lengua española (2001) y el Diccionario panhispánico de dudas (2005). Este español del 2000, cuyas nuevas normas gramaticales se recogen en las obras citadas, presenta una ingente cantidad de modificaciones y cambios morfológicos, sintácticos, fonéticos, ortográficos, léxicos… Y, desafortunadamente, está aún muy lejos de haber sido asimilado, en gran parte, por estudiantes, profesores (incluso de español), periodistas, traductores, redactores de documentos públicos y anuncios…
Tomado de: La Nación
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