Segunda Parte
Llegó el jueves 18 de octubre de 2007,
Hoy no salí muy temprano para la casa porque debía realizar algunas diligencias para el viaje a Costa Rica, Debo confesar que todavía no estaba seguro de que iría. Entonces se me ocurrió llamar al señor administrativo para informarme de en qué iba lo del evento.
−Todo está en orden, ¿cuándo va a retirar el pasaje y el viático?”, me preguntó.
−Ahora mismo− le respondí.
Así fue. Retiré el pasaje y los viáticos. ¡Ya si estaba seguro que la participación en el evento era una dulce realidad!
Me retiré a casa a hacer las maletas. Llame a todos los hermanos para darles la noticia. Esta noche viajé al interior del país acompañado de Yaya y Gleni, que había venido de compra para su negocio de venta de ropa.
Viernes 19 de octubre 2007
Fui a la universidad a impartir docencia, en el CURNO, Mao. Continué con las diligencias del viaje a Costa Rica para participar en el 1er. Congreso Internacional de Lingüística Aplicada. Busqué dinero en la COOPSANO para comprar los dólares para el viaje.
Sábado 20 de octubre de 2007
Clases en el CURNO. Diligencias para el viaje. Fui a Las Matas de Santa Cruz a ver mis familiares antes de irme a Costa Rica.
Domingo 21 de octubre de 2007
Clases en el Recinto Luis N. N. Molina. Realización del programa radial Expectativas Cultural. Regreso a casa.
Retorné a Santo Domingo hoy en la noche para concluir con las maletas. Llegué muy tarde en la noche.
Lunes 22 de octubre de 2007
Nos fuimos mi amigo y yo al aeropuerto para tomar el avión que nos llevaría a Costa Rica. Salimos hacia nuestro objetivo de viaje después de la 9:00 a.m. El viaje fue muy bueno. Llegamos a nuestro destino después de las 9:45 a.m., hora costarricense. Ya allí, nos recogieron un profesor y una bella joven. Esta joven mujer poseía un hablar ligero, de cara redonda cual luna llena, pero que en nada desentonaba con la agradable sonrisa que le bailoteaba en la piel de sus labios rosados. Ágil, con una prontitud en el andar que sólo un lince de la selva costarricense andaría imitando sus deliciosos movimientos; se movía en torno a nosotros como si quisiera escapar de nuestras imprudentes miradas. Me palpitó la atención, su pelo enroscado alrededor del cuello, que cayendo sobre el entarimado de su juvenil espalda formaba una aureola de sutiles envoltorios. Nos dejamos llevar al Hotel América por la angelical criatura y por el chofer que guiaba la buseta. En ese hotel nos hospedamos por todos los días del congreso. El ambiente en este país es muy bueno, ¡Claro! porque no ha llovido; nos hubiera dicho un nativo.
Estando a la espera de que nos fueran a buscar al aeropuerto Internacional “Juan Santamaría”, cayó una bonita lluvia que nos dio la bienvenida al país. Después no hubo más lluvia. Luego de los trámites para el alojamiento en el hotel, vi como se alejaba la buseta con la delicadeza de aquella núbil mujer en su interior. Mis ojos, como una cámara fotográfica, fueron acercando su figura mientras más se alejaba, hasta desaparecer en la próxima esquina. En aquel momento sentí la resequedad que causa el vacío de la ausencia de un divino ser que de pronto se te acurruca en los intersticios de la existencia.
Ubicamos las maletas en la habitación doble que minutos antes habíamos rentado. ¡Cuánto me gustaría describir aquel tétrico espacio! Al abrir la puerta nos acarició las narices un horrible olor a guardado de muchos siglos en presencia de una extasiada humedad milenaria. En seguida, repelí la acometida buscando en el espacio una boconada de aire más oxigenado. Mi compañero también se resintió al recibir el olor de la nauseabunda humedad.
Dos camas ataviadas con unos cubrecamas cuya función es prodigar el necesario calor para que el que se acurruca en su seno se sienta en los alrededores del dulce averno. Estos lechos estaban casi destartalados por el constante uso de diferentes personas que van y vienen, pasan y van de un indeterminado lugar. Al entrar, los miré por unas pocas milésimas del esqueleto de un segundo tomado prestado al siguiente minuto que está en fila para transcurrir plácido a través del largo sendero de una hora. Pensé, como un bobo o imbécil con la sardónica boca abierta de par en par, cuántos habían puesto su espalda en el lomo desaliñado del colchón.
Yo me imagino un anciano venido a Heredia en calidad de turista europeo. En la pantalla chica de mi arcaica PC cerebral lo visualizo con grandes mochilas a cuesta, un cachimbo que casi siempre se mantiene apagado, tan nauseabundo para quien no fuma cual si lo tuviera encendido. Se arrellana, más que sentarse, en el borde de |la cama a quitarse las lodosas botas. Un sudor que le perla la frente, se arrastra por los pliegos de la surcada frente; sus nervios contrastan con la tranquilidad del paisaje citadino. A pesar de la blancura de la epidermis de su arrugada piel, su melanina luce como una adolescente que se revela en contra de los pronunciamientos de sus padres cascarudos y caraduras que la tienen al coger la loma. El espacio se torna ácido. El anciano europeo vive el espacio plácidamente y sin percatarse del estrago que causa en el ambiente olfativo de los demás. Despierto de mi ensueño y me codeo con la realidad, con mi propia realidad.
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