martes, 16 de octubre de 2007

CARLOS REYES: UN SUSPIRO DE LA POÉTICA


Poeta Carlos Reyes

Por Bergson Rosario


Cuando la poesía tensa la brida del caballo desbocado que representa el momento sublime de la creación literaria, Carlos Reyes se yergue sobre sus versos y junto a ellos discurre a través del minúsculo cause de las rosas y se posa sobre el pistilo del inmenso mar azul. Luego, empina el cáliz de los dioses paganos hasta arrodillar a las musas al placer de su antojo. Luego escribe. Escribe sobre el desierto de un papel en blanco, convirtiéndolo en un risueño oasis con el néctar fugaz de su poesía.

En Carlos se intuye una simbiosis de manifestaciones que torna un tanto difícil ubicar en un espacio definido el producto de su creación. Entiendo que es mucho pretender localizar a un poeta que aun no traspasa el cuarto de siglo en su ciclo vital y mucho menos cuando aún no tiene el tiempo necesario para la creación de un vasto conocimiento cultural.

Pero si leemos su poesía, a veces sólo una es suficiente para encontrar reflejos de varias influencias, nos percatamos de que en él puede aparecer lo romántico; tal es el caso de su poema “Latidos de tristeza”.

En sus versos iniciales canta la tristeza como un producto del vacío que causa la ausencia intestinal de las estrellas en la concavidad de la noche, del arrebol en la madrugada o de la ausencia del sol para entibiar las rocas.

También, convierte la tristeza en la amargura que destila el llanto del ruiseñor en soledad. En esos versos hay una congoja que nos acerca al desaliento, propio del romántico del siglo XVIII, desgarrador consecuente con el vacío existencial de quien lo ha extraviado todo, incluso su poetizar. “Cuan triste seria la noche sin estrellas/ cuan triste la madrugada sin arrebol/ cuan tristes serían las rosas más bellas/ si la caricia tibia del sol.”

Todo el poema es un llanto interior que denuncia en Carlos al poeta de la melancolía, al poeta que lo presiente todo perdido, sin remedio; al poeta que lo arropa el fuego de la desesperación por la ausencia del todo perdido. A pesar de todo, presenta su propia tristeza como una posibilidad no consumada, cuando canta con parsimonia "Que amargo sería el triste llanto/ del ruiseñor que solo y perdido llora/ porque se ha apagado su dulce canto/ y trágicamente se ha extinguido la flora."

En el poema "Donde quiera que estés" ya el poeta ha recuperado su aliento. Es un manojo de realidades construidas en la fragua del amor, como lo anuncia en sus dos primeros versos "Donde quiera que estés di que me amas/ que tengo palomas que recogen tu voz".

Con un estilo a lo rubendariano, exclama: "Si estás en un jardín guarda tus ojos/ en las flores más ebúrneas y fragantes/ que por su luz las mariposas los encuentran/ y vienen a traérmelo envueltos en pétalos/ o mira el cielo fijamente/ y los veré abrirse en el azul como dos estrellas."

Carlos Reyes, joven poeta maeño que día a día se introduce en la esencia de la poesía como un bardo de alto relieve del parnaso nacional pertrechado con el deseo, poco vano, de conocer lo incognocible en el canto sutil de la mañana.

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